Cuando el fútbol deja de ser fútbol.

Es lo terrible en su rutina diaria de no querer despertarse, de ir al baño y luego tomarse un café. Es lo terrible en su rutina diaria de desayunar a ir a trabajar luego o mientras, lee el diario, siempre volando de su boca algún insulto para con el rival. Es lo terrible en su rutina de huir de algo y descargar en el estadio, de cegarse y dormirse, de dejar de vivir, de temerle al mundo y sobre todo, de querer hacerle daño a su especie, a la humanidad.

El lugar de la maleta.

Sí, es un lugar común, de esos que repudian los escritores; con sabores ya probados, con olores ya olidos, con texturas ya rozadas, con paisajes ya vistos y con pistas ya escuchadas… Un típico lugar común, de esos que causan apatía pública y que este, en especial, se alza como una triste verdad: “El técnico vive con la maleta en la puerta” y a las pruebas me remito, pues vanamente se suele alegar que: “Es más fácil cambiar a uno que a 22”.

Esclavos de los Libertadores.

                Prófugos de cuentos de hadas con alas rotas se creía la tierra de Bolívar tras una ilusoria Copa América, prófugos de una realidad con espejismos, y así mismo, prófugos nos hemos sentido con cada hazaña de un club nacional en la Santander y entiéndase como hazaña, llegar solo a cuartos de final.