Dos
palabras ligadas por el cliché ceñido a las relaciones sentimentales expuestas
en las trágicas novelas románticas; o a ese victimismo clásico del latinoamericano
quien establece puentes entre el amor y el dolor. Pero nada que ver. No, no,
nada de eso. La nota a continuación no se regodea en melodramas, por el
contrario, es un fragmento minúsculo –como toda historia– de la realidad de las
chicas del equipo femenino de fútbol de la UCV.
Recibí
la invitación para cubrir uno de sus entrenamientos con el agregado de conocer
a tres mundialistas (Silvana Aron, Génesis Moncada, Maleike Pacheo; Trinidad y
Tobago 2010), más otras dos chicas quienes esperan vivir desde adentro Costa
Rica 2014 (Tony Pereira, Bárbara Serrano); todo esto a tres días de la final
del torneo de Asociación, el cual se disputaría el viernes 29 de noviembre (La
UCV acabaría coronándose) en el Cocodrilo Sports Park, frente al Caracas F.c
Es
martes, la cancha del estadio Olímpico se encuentra ocupada, nadie del cuerpo
técnico parece enterado de la realización de un acto el cual promete alterar la
planificación del profe Papa Nino (Francisco Aron). Ayrton Marques, preparador
físico, se disculpa conmigo antes de empezar a contarme sobre el equipo: “Es un
grupo con muy pocos vicios, fuera del terreno de juego y en la parte
futbolística”. Me actualiza y ejerce de mi ayudante al momento de seleccionar
las personas a entrevistar.
Papa Nino (D.t):
carencias y orgullo
Así,
sin tilde, Papa y ya está. El
profesor Francisco Saberio Aron Fanelli es el D.t, labor la cual lleva a cabo
con ciertos aires de paternidad. Su esposa, la mamá de la mundialista Silvana,
se encuentra sentada cerca de los vestuarios, mientras que su hijo, en shorts y
franela de la selección, conversa amenamente con el preparador físico. Todo
queda en familia.
“Estuve
con el equipo de la UCV los tres años que estuvo en Primera”, es curioso,
porque habla de sus logros como jugador y, posteriormente, como D.t, casi sin
inmutarse, como si estuviese narrando una cotidianeidad. “Hemos jugado la final
los últimos siete años, y de las siete finales que hemos jugado hemos ganado
cinco. Las dos que perdimos las perdimos contra el Caracas”, se refiere al
torneo de Asociación.
Tras
pocos minutos, me queda muy claro que estoy frente a un equipo acostumbrado a
los éxitos, un equipo ganador. ¿Podía ser de otra manera con una plantilla de
tanta calidad? Son más de cinco las jugadoras quienes se han puesto la camiseta
nacional, chicas acostumbradas a viajes y a prepararse como atletas de alto
rendimiento; pero, ¿las tratan como tales? “La UCV costea los gastos (Cuando
viajan) de las jugadoras que sean estudiantes activas de la Universidad (…) hay
niñas que a pesar de que visten el uniforme de la Universidad, representan a la
Universidad, tienen que costearse sus gastos, o hacemos de tripas-corazones los
representantes; hay muchos que gracias a Dios a colaboran”. El equipo juega
tanto el torneo de Asociación como la máxima categoría del torneo de la FVF,
Primera División de fútbol femenino, se podría decir. Es rarísimo, entonces, lo
comentado por el profe, pues no me imagino a Rafa Acosta pidiéndole dinero a
sus padres para poder viajar con Mineros debido a que él no se formó en la
institución.
Si en
este país se juega una vana imitación de fútbol profesional masculino, el
fútbol femenino es tratado casi como un mal chiste.
Aún con unas estructuras
paupérrimas se ha logrado la clasificación a dos Mundiales sub 17, resaltando
además que el primer y único torneo CONMEBOL que ha ganado cualquier selección
venezolana de fútbol es precisamente un torneo femenino. “Yo creo que el fútbol
femenino le está pisando los talones al masculino; pero, o no nos hemos dado
cuenta, o no les interesa apoyarlo a nivel federativo”, el rostro de Papa Nino
pierde sosiego, se ensombrece.
La FIFA
obliga a cada país a tener selecciones femeninas participando en los torneos de
sus respectivas confederaciones; “Me imagino que las llevan por obligación,
porque la FIFA los obliga, no porque quieran que el fútbol femenino avance”,
acusa a la FVF, “La selección que acaba de ganar el Sudamericano estuvo dos
meses encerrada en Barinas, no pudo hacer giras ni partidos internacionales de
fogueo”. La conversación continua, alcanzando su mayor halo de pesadez cuando
sentencia: “Lamentablemente aquí las mujeres no van a vivir del fútbol”. Sí, ya
lo sé, lo tengo claro, todos los involucrados lo repiten como grito de guerra;
no hay fútbol profesional femenino en Venezuela, pero, disculpen el
romanticismo de este humilde redactor: me entristezco profundamente cada vez
que escucho esa frase.
Más por
mi exacerbación que por la comodidad del profe, prefiero pasar a temas más
alegres. Si Papa Nino se mostró sosegado al hablar de sus logros deportivos, un
poco revuelto al explicarme la realidad del fútbol femenino, una sonrisa se
eleva a su rostro cuando le pregunto por su hija, Silvana Aron: “Es una
jugadora muy bien dotada técnicamente. No es una estrella, pero pocas jugadoras
tienen el nivel técnico de Silvana”. Ajá, un padre orgulloso.
“Silvana
practicó natación desde los cuatro hasta los siete años, y un día me dijo que
quería jugar al fútbol (…) Ella es la jugadora, y esto lo puede buscar cualquiera, quien quiera, en donde sea –enfatiza
con marcados gestos de cabeza, cual padre orgulloso desafiante al juicio
vituperado de ciertos sectores–, con más títulos nacionales en su haber: tiene
diez; ¿por qué tiene tantos?, bueno porque fue a sus primero juegos nacionales
sub 15 teniendo diez años”, nunca había escuchado a un padre orgulloso por la precocidad de su hija adolescente; menos
mal la misma se manifestó en el fútbol.
Antes
de explicarme la sesión de trabajo, me cuenta una anécdota de su hija, quien
cuando estaba en sexto grado golpeó a un niño quien le dijo “marimacha”. Upa,
la anécdota promete y, para mi fortuna, Silvana ya caminaba hacia mi encuentro.
Silva Aron (Volante
de primera línea): el fútbol como estilo de vida, no como profesión
La carita sonriente de
Silvana haría pensar que la chica está acostumbrada a tratar con los medios,
casi parece una estrella, aunque la realidad es otra: “Son pocas las personas
que saben que por lo menos yo participé en el Mundial, sólo los que conocen el
ámbito de fútbol femenino”. De poca estatura y, dicen, una técnica muy
depurada, confiesa admiración por Xavi Hernández y Andrés Iniesta, “Me gusta
dar fluidez y generar juego”, enfatiza.
Cuando
le pregunto si quería ser boxeadora o futbolista, cual suricata, se endereza en
la silla con una mueca entre el rechazo y la extrañeza; “Ah, es que tu papá me
contó una anécdota de un puñetazo que le diste a un chico por llamarte
marimacha, ¿cómo fue eso?”, sonríe, “(…) Estaba jugando futbolito y le hice un
caño, un túnel, a un chamo; él se picó (…)”. La historia, más allá del obvio
desenlace con los padres de Silvana en Dirección, me lleva a cuestionarla sobre
si se le ha hecho difícil jugar al fútbol en una sociedad marcada por
paradigmas deportivos machistas, “Un poco, sí. Todos se te quedan viendo como
–agrava la voz– ‘Oh, una mujer que juega al fútbol, y tal’ o te tildan de
marimacha, pero después que te acostumbras es más fácil sobrellevarlo todo”.
Mientras
conversamos, el resto de las chicas empiezan a entrar a la cancha. Le pregunto sobre
la preparación para Trinidad y Tobago 2010: “Estuvimos concentradas un mes
antes del Mundial, sin teléfono, restringiendo las comidas, entrenando tres
veces al día (…) el teléfono te lo daban casi que un ratico nada más para
hablar con tu familia, con tu novio y ya (…) Me afectó mucho, sobre todo porque
soy muy familiar”, una dura experiencia para una adolescente, “Maduras como
futbolista, maduras como persona; te animas a esforzarte más… es una
experiencia que sin duda te cambia”.
Cuando
en este país los chicos de 15 años ya están pensando en cuánto podrían ganar si
juegan al fútbol, es raro tanto compromiso, por un tiempo tan prolongado, por
parte de alguien quien ni siquiera tienen la esperanza de fichar por un club
extranjero, “Me gustaría seguir jugando al fútbol, pero no me veo en el fútbol
profesional”; Silvana se muestra muy enfocada también en su carrera, Nutrición,
la cual le gustaría desempeñar en el área deportiva. Ahora bien, ¿nutrición
deportiva?, ¿papá y novio futbolista?, ¿amigas futbolistas?, ¿futbolista de
alto rendimiento? ¿¡No se cansa del fútbol!? “No. Tu vida gira en torno al
deporte”, discúlpenme, pero eso, queridos lectores, es amor.
Génesis Moncada
(Central): contundente, pero femenina
“El que juegue al fútbol no
significa que no voy a estar arreglada, vestida, maquillada; que no voy a estar
femenina (…) Me gusta estar arreglada, me gusta verme bien”, todo esto lo dice
luego de explicar que como defensora central le toca ir con bastante fuerza a
las jugadas. ¿Coqueta más contundente?, ha de ser una cuaima.
“Estar
en el Mundial, mira… otro nivel”, Génesis soltó una risa tímida cuando le
pregunté por el Mundial dejándole claro que tenía prohibido decir que fue un sueño, “Había chamas de nuestra misma
edad y eran como diferentes, pues (…) te das cuenta de que eso es un Mundial”.
Lamenta
no haber podido competir debido a un cuadro gripal el cual, irónicamente, le
bajó todas las defensas. “Fue duro, sí, fue duro”, pese a eso, parece mantener
la motivación a tope siempre que se trate de fútbol, “Yo podría ir amanecida, o
trasnochada un sábado (Al partido) pero tengo mi compromiso con la UCV, con mi
equipo (…) A mí me gusta mi deporte y estoy comprometida”, quizá tanto o más,
como Khedira cuando corre infatigable en el medio campo alemán. El jugador del
Real Madrid es su modelo, aunque, cuando era niña, fue seguidora de Beckham,
“Ehm… disculpa, pero debo preguntarlo, ¿por su forma de jugar o por…?”, “Por
las dos”, responde con naturalidad.
Génesis
conoció el fútbol con 11 años, edad en la cual fichó por la UCV; su buen
rendimiento la llevó a la selección; sacrificios, muchos. Explica los
inconvenientes que tuvo en el Liceo y como tuvieron que llegar a un “acuerdo”
para poderla evaluar, pues pasaba demasiado tiempo viajando o concentrada.
“Aquí, en la Universidad, son un poquito más
flexibles”. Habiendo dejado tanto de lado, debo preguntarle si planea jugar al
fútbol profesional; alza las cejas, “¿Aquí en Venezuela?”, su sonrisa irónica
me obliga a explicarme: quiero decir, si se ve jugando al fútbol profesional en
el extranjero, “Sí, puede ser, si llega la oportunidad…” ¡No!, basta de
clichés, ¿está o no está en su planificación de vida? “No, porque estoy muy
enfocada en la Universidad”.
Karla Torres
(Delantero o volante de segunda línea): futbolista y entrenadora con sueños de
directiva
Karla sí parece querer vivir
del fútbol. Una sonrisa alquila buena parte de su rostro, así va a mi
encuentro, se nota feliz al saberse en la lista de las chicas para entrevistar.
“El fútbol es una de las cosas principales de mi vida”, cursa tercer semestre
de Estudios Internacionales, es entrenadora Nivel C del Colegio de Entrenadores
de la FVF y acaba de participar en Yaracuy en el primer curso FIFA de fútbol
femenino dictado en Venezuela. “Me gustaría irme a trabajar afuera (…) en la
FIFA, en la parte administrativa”, ya no se ve jugando en el exterior, a sus 21
años considera que esas oportunidades quedaron en el pasado, recordando,
incluso, como en un Sudamericano sub 17 un entrenador chileno preguntó por
ella, aunque, al final, nada se concretó.
Hoy sus
prioridades son finalizar su carrera, establecerse en Venezuela, y hasta dice
algo de “formar un hogar”, aunque aclara: “Quien quiera estar conmigo tendrá
que entender que, por ahora, va a ser así (En relación al poco tiempo del que
dispone para cosechar una relación); y si no, bueno, esperar, porque el fútbol
para mí obviamente va a ser por un tiempo determinado”, se refiere a su
actualidad como jugadora; y es que bien lo comentaban tanto Silvana como
Génesis, parte de los sacrificios de jugar al alto nivel es disponer de poco
tiempo en el ámbito sentimental: “No les dedico el tiempo que todo novio u
hombre quiere, y se ponen un poquito necios; por eso, por ahora, no tengo
novio”, lo único preocupante de la aclaración de Karla es como conjuga en
plural. A una jugadora con tanto talento le han de llover pretendientes.
Realmente,
el verdadero amor de Karla es hacia el balón, dice haber empezado a jugar
fútbol sala en San Martín, en un equipo de varones, para, posteriormente, en la
categoría infantil B, probar y ser aceptada en la UCV.
Con
relación al tabú de ver a una chica jugando al fútbol recuerda a algunos de sus
primeros rivales en la escuela de San Martín, quienes trataban de agredirla
físicamente –con entradas bruscas– o verbalmente; confiesa haber tenidos sus
“padrinos”, sus “defensores”, pues sus compañeros salían al paso cual peones
defiendo a su reina. Karla rondaría los 10 años, y cuando le pregunto si alguno
de sus compañeros trató de propasarse con ella o de echarle los perros,
responde que “Esto estaba, pero era muy pequeña como para estar pendiente de eso.
A lo mejor me podía gustar un niñito y eso, pero no tenía novio ni nada porque
estaba muy chiquita”.
Antes
de despedirnos, Karla saca a relucir sus conocimientos como entrenadora; le
pregunto, desde mi ignorancia, cómo se planifica un mes de entrenamiento
teniendo en cuenta el período (La menstruación) de las jugadoras: “En la parte
emocional sí nos afecta (…), pero ya en la parte física, a pesar de que nos
sentimos cansadas, sentimos que no corremos igual, las hormonas están
trabajando todas a la vez, entonces estamos más bien más fuertes, más rápidas
(…)”, un tema meramente psicológico.
¡UCV!:
El final de la charla con
Karla coincide con el final de la sesión de trabajo. Las chichas, tras
hidratarse, posan para la foto. En mi agenda quedaron Tony Pereira, Bárbara
Serrano y Maleike Pacheco, ausentes por lesión y algún permiso solicitado al
cuerpo técnico.
La
palabra amor parece resumir,
cursilería de lado, el significado del fútbol para estas chicas. Es curioso, se
duda del amor que puedan profetizar las mujeres hacia el deporte, mientras
estas jugadores entrenan, viajan y se sacrifican sin ningún tipo de
remuneración ni económica o de estatus; por otro lado, los varones acostumbran
soñar más con el estatus de Piqué, la pinta de Cristiano o los millones de
Eto’o que con partidos y balones. Es curioso, se tilda de marimachas o se duda
de la sexualidad de las futbolistas, mientras en el fútbol masculino de élite
los rumores de homosexualidad son la corriente de un río cada vez más próximo a
desembocar. Y, es curioso, porque sin un verdadero apoyo, sin real interés y
con un irrespeto inmenso hacia el buen hacer en la organización, el fútbol
femenino ha alcanzado logros incoherentes en relación al paupérrimo manejo
ejercido desde los despachos.
Me despido del equipo con una
rara sensación en mi estomago: coexiste algo grato –producto de haber tratado
con personas de mucha calidad humana– junto a un pesar diminuto, en el cual me
concentro, pienso, reflexiono, hasta que se impone en mi cuerpo. Estoy triste,
pero es una tristeza rabiosa. Me cuesta asimilar como estas chicas no pueden
optar por vivir del fútbol en su país, y, para mí, lo más duro, es la
resignación con la cual lo asumen. Las jugadoras de la UCV me dieron un sentido
repaso a la obra del maestro Dante Panzeri, quien defendía la vocación hacia el fútbol y su calidad de
juego por encima de negocio; recalcando que al juego de fútbol, mucho daño le hace el
fenómeno internacional del fútbol como espectáculo, un negocio bajo el cual se
mueven muchos intereses que salpican al jugador y condicionan su vocación. Si me lo permiten, personas
como estas chicas merecen, sin duda alguna, esos altos salarios pagados a los
futbolistas; personas así, merecen hacerse millonarias jugando al fútbol. La
vida, indescifrable como el bote de un balón, esconde lecciones complejas.
Para leer: Filantropía obligatoria
Realmente impresionante el esfuerzo y la dedicación de estas chicas, y agradecerte por dedicarle algo de espacio al renegado mundo del fútbol femenino en nuestro país
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