miércoles, 26 de febrero de 2014

La vida de un futbolista importa un carajo

                
Cuando jugaba en la sub 17 del Atlético Venezuela, en su primer año bajo ese nombre tras dejar de ser UNEFA, nos tocó un complicado grupo en la Liga de Asociación (También en la Inter-regional, pero no viene al caso): en el último partido de la fase de grupos tanto nosotros como nuestro rival necesitábamos sumar así fuese un punto para asegurar nuestro pase a la siguiente ronda, de lo contrario quedaríamos a merced de otros resultados.
                
Esa era la cuestión, tanto nosotros, como ellos, necesitábamos un punto. El empate nos clasificaba a ambos.
           
Una de las imágenes más deplorables que tengo de mi participación en el fútbol es la de mi entrenador de otrora regañándonos por disparar al arco, por querer ganar. Al entretiempo, con el 2-2 en el marcador, nos informó que ya había pactado el empate. El partido acabó 2-2. Yo tenía 16 años, era mi primera temporada en las bases de un equipo profesional y, ese día, el mundo del fútbol venezolano me dio la bienvenida a su jungla.
                
En pleno clímax del éxito de la película Hermano, recuerdo haber estado almorzando con una amiga de la familia (Quien me triplica en edad) mientras degustábamos comentarios sobre tan maravillo film venezolano. Ella me comentaba como la había sorprendido ver un mundo tan cargado de violencia, cuando se supone que el deporte rechaza los vicios, mientras abre las puertas de un paraíso de vida sana.
                
El deporte competitivo, guste o no, en un mundo que esconde muchos intereses extra deportivos; no en vano me gusta establecer las distinciones entre el juego de fútbol y el fútbol: lo primero responde a labores alusivas al terreno de juego; lo segundo, a poder, dinero, política, religión. Cuando, por ejemplo, se realiza un fichaje, generalmente se vela por los intereses de ambos mundos.

                
Venezuela está atravesando una delicada situación social. Entre muertos, heridos y protestas, cualquiera quien atraviese las calles protagonistas de estos hechos, así sea de paso, está exponiendo su vida a la línea de fuego entre dos bandos, como quien, haciéndose el indiferente, paseara, en pleno enfrentamiento bélico, por una balacera: se puede apoyar a uno u otro lado, o incluso a ninguno, pero las balas desconocen de ideología, atraviesan el cuerpo sin distinción de posición política.
                
Esta situación preocupó al groso de los futbolistas profesional, quienes, mediante la AUFPV se manifestaron en contra de la decisión de Rafael Esquivel y Laureano González de disputar la jornada siete del Torneo Clausura pese al riesgo que esto suponía y bajo la excusa de supuestas “garantías” por parte del Ministerio del Deporte en lo referente a la seguridad.
                
Todos sabemos la clase de dirigente que es el señor Esquivel y, si había dudas, el señor Laureano González: dirigentes con la magna capacidad para realizar un absurdo como suspender los torneos sub 20 y sub 18 en todo el país, “por seguridad”, pero permitir a los equipos de Primera División jugar con jugadores sub 20 y sub 18 ante la negativa de los profesionales.
                
La FVF nos tiene acostumbrados a esa clase de exabruptos, pero ¿es ella total responsable? En el sistema penal existe la palabra cómplice.
                
Los presidentes de cada equipo, tras negociaciones con sus plantillas profesionales, aceptaron mandar a plantillas de juveniles. Lo hizo desde el Caracas, hoy puntero, hasta Estudiantes de Mérida. Los técnicos, en su mayoría silenciosos, se presentaron en los estadios; y aquellos entrenadores del equipo principal que se negaron a asistir, fueron suplantados por interinos de las categorías menores, en un claro ejemplo de deslealtad a la profesión. Para finalizar, los juveniles se pusieron a disposición y si les perdonamos la falla por la inexperiencia de la edad, detrás de ellos hay unos padres o representantes a quienes nada les importó poner en riesgo la vida de sus hijos; mientras, porque también hay que señalarlos, ternas arbitrales se dispusieron a regir los partidos más tristes de toda su carrera.
La FVF lo ha dejado claro desde hace tiempo: en un comunicado expresado el torneo pasado multó a Mineros y al Caracas con 3531 Bs debido a gritos y pancartas de las respectivas barras en contra del órgano regido por Esquivel y su persona; mientras, al mismo tiempo, multó con tan sólo 535 Bs a El Vigía, por no presentar un médico acreditado dentro de su cuerpo técnico. Más le duele la crítica que la posibilidad de muerte de un jugador. Pero en este circo, todos los equipos de Primera y Segunda demostraron ser los payasos; cómplices de la vergüenza. Es paradójico, pues desde hace tiempo se habla de una supuesta unión entre equipos para crear una liga paralela a de la FVF. En la jornada siete del Torneo Clausura, algo quedó claro: Rafael Esquivel reina en la jungla, pero la jungla la construyen todos los equipos.
                
Me hubiese gustado ver a la FVF colocar forfait en todos los partidos de Primera y Segunda División si ningún equipo se presentaba; o, si ni siquiera lo hacían los árbitros, verlos distribuir multas absurdas a todos los miembros de este fútbol y realizar una gigantesca hoja de despidos. Quizá me hubiese gustado escuchar a aquellos miembros de la FVF que están en contra de Esquivel pronunciarse con fuerza, o a ningún entrenador presentarse a dirigir. Me hubiese gustado un apoyo público a los jugadores por parte de los técnicos de renombre; incluso que ningún dirigente mandará a sus equipos a competir. En fin, me hubiese gustado que la selección clasificara a Brasil 2014, pero en un fútbol lleno de tanta miseria y pobreza, agradezco, por esos valores del deporte que hoy se debilitan con fuerza en nuestro país, que nuestra Vinotinto no representara en el escenario internacional la precariedad de Venezuela como país fútbol, un lugar en el que la vida de un futbolista, entrenador o árbitro, importa un carajo.
Léanme también en: Foro Vinotinto

                

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