A
finales del año pasado tuve la oportunidad de entrevistar a dos mundialistas: Silvana
Aron y Génesis Moncada, además de la también jugadora de selección Karla
Torres.
La
tarde del martes que compartí con el equipo femenino de la UCV construyó una de
mis anécdotas más gratas en lo relacionado al deporte. Acostumbrado a
futbolistas masculinos de 16 años quienes creen tener a Dios tomado la chiva, o
a arrogantes profesionales quienes esperan pleitesías, las chicas me mostraron
un lado más humilde del fútbol; el verdadero amor incondicional hacia el juego
sin esperar retribuciones económicas ni fama.
Un
mes luego, tras irme sumergiendo con mayor fuerza en el fútbol femenino,
conversaba con un amigo lo lamentable del poco apoyo que tiene tal disciplina,
incluso desde la FVF. Él me respondía que si bien era positivo todo cuanto se
había logrado, el fútbol femenino era algo poco importante, por lo cual no le
generaría mayores frutos al país. “Pudiésemos ser potencia mundial. Mira todo
lo que hemos logrado y nadie le para al fut femenino; imagínate si fuera
realmente apoyado” le respondí a sus soeces argumentos.
Es
rara nuestra percepción de las cosas. Mientras nuestra liga masculina es una de
las peores del continente y nuestra selección realiza actos titánicos para
equiparase con las principales del mundo, hemos comprado la mentira de un
fútbol venezolano en vías de desarrollo y con posibilidades de igualar a ligas
y selecciones importantes más allá de la madurez de un grupo de jugadores o
equipos específicos anacrónicos a la cotidianidad. Todo esto lo hacemos al
mismo tiempo que nuestro fútbol femenino se siembra en el plano internacional
con la etiqueta de “interesante”, crece en calidad y cosecha logros de alto
nivel.
La
primera selección venezolana campeona de cualquier torno FIFA debutó en el
Mundial sub 17 de Costa Rica 2014 frente a la anfitriona, una escuadra colmada
de danzarinas del regate, encabezadas por las hebras rubias de su capitana
Fabiola Villalobos, una especie de Andrés Iniesta en versión femenina y
adolescente.
Pero
Venezuela es otra cosa. Es otro nivel. Hasta en el fútbol femenino ser
campeones de Sudamérica garantiza ser de una estirpe guerrera y de mucha
calidad. Las chicas Vinotinto jugaron el primer partido como si su camiseta
tuviese especial tradición.
Carreras
largas, profundidad, uno contra uno; Venezuela quería ganar. Así, los tacos de
Gabriel García (Caracas F.c) cargaban de electricidad la banda derecha
Vinotinto, al mismo tiempo que nombres como Bárbara Serrano (UCV F.c), Verónica
Herrera (Hermandad Gallega), Lourdes Moreno (Portuguesa) y Deyna Castellanos
(Escuela Juan Arango), empezaban a hacerse un hueco en la memoria colectiva.
Tras
acabar el primer tiempo, el olor a sudor fue opacado por el aroma de la
seguridad: las venezolanas desfilaban como conscientes de que quien hace las
cosas bien, generalmente, tiene resultados positivos.
Y
de nada serviría el esfuerzo de Villalobos: corriendo todo el partido,
gambeteando, pasando, marcando, disparando e infinidad de ando más; todos insuficientes para evitar
el descalabro local, todos suficientes para hacer inolvidable su nombre. Casi
empezando el segundo tiempo, Deyna Castellanos demostró haber aprobado con un
“sobresaliente”, no Castellano, sino Definición: dos goles en poca fracción de
tiempo, con gestos técnicos maravillosos más un baile de merengue continuado
con una vuelta canela y un grito de celebración. Venezuela ganaba, jugaba bien
y era superior.
El
resto del partido sólo confirmaría esa superioridad. Costa Rica tendría
ocasiones, aunque nada que hiciese temblar en demasía las posibilidades de
triunfo rival. Sus piernas, trémulas con el paso de los minutos, eran
enderezadas por algunas patadas de quienes vencían 0-2, rivales que, para
colmo, hacían gala de madurez y maña: dejarse caer, jugar con el tiempo y saber
pegar, son conceptos manejados por el equipo de Kenneth Zseremeta.
Entonces,
antes de apagar las luces, una joya de la capitana Vinotinto desembocó en una
implosión de impotencia local: pataletas, pucheros más caras trágicas inundaron
a las costarricenses tras el gol desde fuera del área de Lourdes Moreno, la
número 10 Vinotinto, quien celebraría el tanto de forma aparatosa con una baile
que arguyó a connotaciones sexuales.
Venezuela
sigue atravesando una delicada crisis social que más que crisis ya es tragedia.
La Vinotinto, ahora en su versión femenina, vuelve a ser puente en una sociedad
resquebrajada, gracias a un equipo de púberas talentosas con maneras de adultas
profesionales. Un equipo fuerte que hendió la lanza, sin una pizca de piedad,
en la ilusión local para alimentar la propia. Así es la alta competencia;
aunque las lágrimas de niñas conmuevan.
El
D.t local, Juan Diego Quesada, hablaría frente a las cámaras de ausencia de fair play por parte de sus rivales,
imagino, en alusión a la reprochable celebración de su capitana. Los
venezolanos enteros, sumidos en un día a día muy triste, hablarían con orgullo
de sus niñas Vinotinto, quienes gritaron con imaginaria fuerza: “¡El fútbol
femenino sí existe!”
Chamo casi no dejaste nada que aportar jajaja, muy emocionante tus lineas como siempre... Suerte a la Sub de las niñas ojala logren un gran papel (Aunque por el juego de ayer pues... Sobra decir esto)...
ResponderEliminarLo unico que puedo agregar es la falta de profecinalismo y mal perdedor del DT de Costa Rica muy mal su papel saludos samuel
Gracias por la constancia, Aleger. Estas chicas darán de que hablar. Me parece, se harán un huequito en la memoria colectiva.
EliminarUn abrazo.