sábado, 21 de abril de 2012

Cuando el fútbol deja de ser fútbol.

Es lo terrible en su rutina diaria de no querer despertarse, de ir al baño y luego tomarse un café. Es lo terrible en su rutina diaria de desayunar a ir a trabajar luego o mientras, lee el diario, siempre volando de su boca algún insulto para con el rival. Es lo terrible en su rutina de huir de algo y descargar en el estadio, de cegarse y dormirse, de dejar de vivir, de temerle al mundo y sobre todo, de querer hacerle daño a su especie, a la humanidad.

                
Bien habrán rozado en algún momento mis relatos sobre el fanatismo (Vía Twitter, Facebook, mis otros blogs u otras notas) y algo que me agradó en los últimos días, fue un escrito de Santiago Solari para el País (España): “Cuando ciegan los colores”.
                
Mientras leía, mi memoria fue a recordar cuando algún amigo me preguntaba que haría, si el supuesto club al que yo apoyaba perdía tal partido, y mi respuesta encumbró una verdad que hallo sana: “Nada; ganen o pierdan mi vida seguirá exactamente igual”.
                
Disfrutar del deporte o de cualquier cosa, es un lindo placer, y solo los que hemos sentido algo de cultura futbolera podemos entender la linda sensación que nace tras una gambeta y un buen gol, un partido épico o una jugada célebre, porque la magia que recubre el cuero del balón resulta intangible para los sentidos. El problema nace cuando esto se convierte en una razón para dejar de vivir; cuando el partido se vuelve más importante que otras cosas que realmente pueden ser más útiles o valiosas, cuando oímos crecer una pasión desbordada de locura, que ningún jugador siente más allá del amor a su trabajo.
                
El fútbol mágico-épico, es una construcción social del hincha, que se convierte en un magno fenómeno sociocultural, quizás de los más grandes de este siglo y que a su vez, lejos de usarse como recurso para la evolución social, ha servido de patología para un gran gremio de personas.
                
Con un espasmo imposible de dibujar, el subconsciente y miles de problemas diarios guardados en cajas insonoras, estallan de júbilo al tener carta de  libertad en los estadios. Desde la ira reprimida que derrama en insultos, hasta el odio y desprecio brotado en la violencia física, pasando por el temor a fluir por el mundo, oculto bajo la máscara de aquel que solo construye en su frente un arco y una pelota.
                
Y el balón es inocente, igual que el dinero, siempre injusto señalado. El fútbol es inocente de las patologías que acarrea el hincha; el fútbol, realmente, al margen de su carácter competitivo (Mismo que creo, en la evolución humana futura deberá acabar supeditado ante la cooperación) es un bote de real utilidad para navegar y calmar las aguas embravecidas o contaminadas del entorno mundial; claro que esto solo es posible si se recuerda que literalmente el fútbol, es solo fútbol y citando a Arrigo Sacchi: “El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”.
Vivan la vida.
Para leer: El alma del diablo.


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