Va
mucho más allá de reciclar la metáfora de “David contra Goliat”; es ver resignados
como un niño de 4 años sale, con tijeras en mano, a enfrentarse a un guerrero
de 30 portador de escudo y espada.
Al
analizar los partidos de nuestros equipos en la Copa Libertadores, hay que
profundizar en argumentos tan reiterados como lejanos a lo concerniente a esos
90min.
Cuan
fácil resulta rebuscar año tras año frases como: “faltó personalidad”
o “amor propio”. La verdad es que, por las condiciones de nuestra maltrecha
liga, cada triunfo internacional de un club nacional ha de ser visto como
una perla en el desierto; si se quiere, una gesta histórica.
En
Caracas coexisten 4 equipos en primera división, varios más en las divisiones
de plata y bronce ¿Cuántos tienen sede propia? Uno. ¿Cuántos pueden jugar en un
Estadio de gramado decente? Ninguno.
La
misma realidad se repite en todo el territorio nacional y basta comparar los
campos de entrenamiento de Fluminense, U de Chile o Tigre, para entender el
porqué de los resultados.
Todo
eso contribuye a la mala preparación del futbolista, el cual se expone al plano internacional en inferioridad de recursos. Jugadores de mucho
recorrido físico y escasas capacidades mentales. No en vano, Jován Pulgarín (Redactor del diario Líder) explicó en una de sus notas que “la diferencia está en los segundos” haciendo
alusión a la capacidad del futbolista para resolver problemas en el menor tiempo posible.
De
igual forma, un entrenador argentino, alguna vez definió al talento como: “hacer
lo mejor posible en el menor tiempo posible”. Definición valida. Para llegar a
eso, se debe capacitar adecuadamente al jugador, mediante los instrumento correctos
y recreando en prácticas el contexto más similar al que se tendrá en el
partido.
Igualmente cabe recordar como el futbolista junto a su equipo llegan al tope de
condiciones mediante la recurrencia en la alta competencia. Es decir, si la rutina es jugar a un ritmo de competencia bajo, pues el nivel del equipo será igual de bajo.
Año
tras año se habla de decepción, cuando el término más correcto sería “premonición”.
Las ganas, motivación y amor propio, nos hacen soñar, pelear, gritar,
esperanzar… La realidad nos recuerda a gritos (¡Y regaños!) que aún estamos
muy, muy lejos…
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