martes, 5 de febrero de 2013

Futbolista y balón: el matrimonio perfecto

Aquellos primeros roces, esas primeras caricias, ilusionarse con la pareja, y desear estar siempre junto a ella. Jugador y balón, entendiéndose a la perfección en los primeros años de infancia; un idilio de cuento de hadas.
             
La adolescencia llega y es momento de empezar a crecer, son otras las necesidades y las preocupaciones, ya hay que empezar a pensar como un hombre. La pelota, a veces, es escondida, sobre todo en las famosas “pretemporadas”, y de un día para otro, casi sin aviso, empiezas a sentir el distanciamiento de tu gran amor. Primero son vueltas al campo, intermitentes, fartlek…. Luego vienen las pesas y sin darte cuenta estás en un consultorio (No en un campo de fútbol) oyendo hablar de resistencia aeróbica, anaeróbica, acido láctico, etc., etc., etc.
                
Llega la adultez, y para los pocos privilegiados que alcanzan el matrimonio, es más que probable, que con la puesta en negociación de sus sueños a por oportunidades laborales que mejoren su calidad de vida, empiecen a sentir el más tortuoso y cercano distanciamiento que puede haber con la pareja: extrañarla mientras se vive con ella.
                
Hacerse futbolista profesional, parecía llevar implícita la obligación de hacer lo que más se disfrutaba en el mundo ¿Pero quien dice que hay garantías? Si incluso, llegando a la elite, nadie puede asegurar que “harás lo que más te guste” de la forma que más te guste…
                
Aquellos sueños infantiles en recreos, en calles, en potreros, en canchitas, ¡en cualquier lugar! Aquel amor a primera vista con el balón, queda en el olvido de entrenamientos que obligan al enamorado a centrarse más en la vanidad de su apariencia y resistencia que en su capacidad de jugar.
                
Hombres de corbata, que pretenden crear lo ya descubierto, y con palabras extrañas y amparándose en canticos de “modernidad”, alejan al jugador de su gran amor, le sacan sentimiento, emociones e inteligencia, y lo convierten en una maquina, en un macho bruto, en un portento físico, en todo menos en un futbolista.
                
Y antes de que salgan los más románticos defensores de sus ideas, aviso, que nada tiene que ver lo que profeso, con una sola forma de jugar, pues priorizar la tenencia de balón o no, es harina de otro costal ¡Es que para jugar al fútbol hay que saber tratar a la protagonista del espectáculo, a la pelota!
                
Por eso (Quizás sea un romántico de antaño, no lo sé) soy fiel creyente de que el jugador debe de VIVIR junto al amor de su vida, junto a su herramienta de trabajo, junto al balón. Por eso, creo que todo el entrenamiento debe girar en torno a la pelota, debe establecerse con una amplia participación de la misma y debe condicionarse por esta. Y es que en una época donde los matrimonios se disuelven con mayor rapidez y en edades cada vez más tempranas, tiemblo incluso al ver como se llega al punto de prohibir el primer contacto con el amor, olvidándose de formar futbolista y empezando a tratar a niños como atletas. En épocas de locuras, conviene traer al presente a Dante Panzeri: “Sólo hay dos formas de jugar al fútbol: bien o mal”. Y es que de la primera nacen los estilos, modelos e ideas; de la segunda no sé que nace, pero no es fútbol…
Para leer: Buscando a Dios


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