¿Qué
tienen en común doce rusos (Solo uno medio habla español), de los cuales 9
pasan los 30años y 3 no sobrepasan los 14. En su mayoría son catires, de
cabello corto, ojos azules o verdes. Con un chamo de 18años, venezolano,
moreno, ojos cafés, cabello rapado y rizado, que de más está decir que de ruso
no entiende nada?
Llegué
tarde al entrenamiento de ese día. De antemano les pido por favor que si alguno
conoce a mi entrenador o algún funcionario del cuerpo técnico de mi equipo se
guarde para sí mismo esta historia.
Tras la reprimenda obligatoria (Ya el entreno
estaba culminando), me encontré con la sensación de frustración por haber
perdido el viaje.
Carreras,
ademanes, y proezas fui haciendo (Junto a un compañero) desde Los Teques, con
la ilusa utopía de pretender llegar a tiempo. Ese fue un día movido, ya había bajado a
Caracas en la mañana, retorne a mi hogar y muy voluntarioso (Y con la obvia
obligación) me decidí a dirigirme al entrenamiento.
¿Qué
hubiesen hecho en mi lugar? Mi compañero y yo, al tiempo que todos se dirigían a
los vestuarios, nos escabullimos (Había que justificar tanto apuro) hacia las
canchas de fút-sal que se encuentran más arriba de nuestros lugares de
entrenamiento.
Obviamente,
todas ocupadas, alquiladas. Con decisión, y la cierta habilidad para el dialogo
y la diplomacia que me ha caracterizado desde siempre (Modestia aparte) comencé
a preguntar cancha por cancha (Según en las que se vislumbraban mayores
posibilidades de aceptación), a quienes les faltaban dos jugadores.
En
la tercera que pregunte (Curiosamente era la primera en ubicación), me encontré
con un golero que solo me supo decir “Hola” y tras mi breve discurso se limitó
a contestar “No hablo español, igual… ¡¡XXXX - No recuerdo el nombre que
pronuncio - ven acá!! - Creo que eso quiso decir -”
Entraríamos
tras la derrota de algún equipo. Jugaban 6 para cada lado, en vez de 5. Los
gritos, gemidos, y palabras nos ahondaban las interrogantes a mi amigo y a mí: “¿Serán
Alemanes?” “Franceses” decía él. Ambos erramos, eran rusos, un pequeño niño
(Hijo probablemente de alguno de los veteranos jugadores) nos lo informo.
Nadie
perdía, fallaban goles por ambos lados. Yo, como tratando de congeniar repetía
desde la línea (Con crecientes ganas de jugar) gestos y ademanes de aquellos
extranjeros.
De
ipso facto, sin previa señal, uno de los más veterano (45 años quizás) se me acerca.
Entre un murmullo (Grueso y grave, como el de casi todos) y su lenguaje
corporal solo pude entender que me dijo “entra”.
¿Por
qué yo? ¿Por qué no mi compañero? ¿Por qué no los dos?... Seria engreído pensar
que por mis aptitudes de juego. Nunca me habían visto jugar. Tal vez fue porque
yo solo hablé… ¿Qué importa? Me divertí esa noche.
Entré al equipo que iba perdiendo, o que jugaba peor. Obvio, equipo que gana no
cambia. Y tras tocar 3 balones, ya había uno de nuestros contrincantes que no
me dejaba de perseguir por todo el campo.
Gestos
y frases dirigidas hacia mí tales como “Muy bueno” “Disculpa, buena jugada,
disculpe” o “¡Amigo!” eran lo poco de español que podía escuchar, aunque el
lenguaje corporal de mis compañeros me llevaba a entender que estaban felices
con mi presencia.
Mi
amigo jamás entró. Tras 15minutos post mi entrada, se fue molesto (No supe de
él hasta el día siguiente)… ¿Por qué nunca pudo entrar? Yo que sé, pregúntenle
a los rusos… Por sus habilidades futbolistas no fue. Nunca lo habían visto
jugar.
¿Saben
cuándo parece que se te acabo el tiempo? ¿Qué fuiste bienvenido pero no útil? ¿Qué
puedes ser bueno pero el resto de jugadores son conocidos y tú un intruso?...
Sentí que la noche se me venía, cuando desde el banco uno de ellos me gesticulo
algo así como “Yo porteo”. En ese momento yo me hallaba en la arquería, tras
dos goles en contra posteriores a mi entrada, solo creí escuchar o entender un frase
del inglés “You fuking next”
“Nada,
se me acabo el chance” pensé. Corría hacia la banca. “¡No, no!” me gritaron,
mientras me señalaban el terreno de juego.
Verde,
muy verde la grama artificial. Color esperanza además. Gritos en español se
conglomeraban en aquella compilación de canchas. En donde yo jugaba, la única en
la que se hablaba ruso.
Oí
después de mi interlocutor (Ambos hablábamos fútbol): “Delantero” mientras me
señalaba y a continuación al arco rival. ¡Ja! Reí por dentro. ¿Sabrán ellos que
soy marcador central? (?)
No
importo. Marque el único gol de mi equipo, puse el 2-1 (Post mi entrada)
definitivo.
“¡Goool!”
“¡Muy buenooo!” “¡¡Por fin!! ¡¡Por fin!!”… Rusos cuarentones, de voz gruesa,
grave y profunda, sudados y jadeantes me daban la mano y me felicitaban con
evidente emoción tras mi jugada (Córner en corto, juagada propia individual, adentrándome
en el área, definí ante la salida del portero).
Minutos
después concluyo el partido. Caballerosidad por delante todos a darse las
manos. No entiendo bien que decían (Jamás lo supe). Para mí todas sus palabras
eran gruñidos, ¿Quién sabe? Puede que ellos pensaran lo mismo de mis frases. Lo
dudo, no hablé mucho con la boca. Mi comunicación fue gestual y futbolística.
Jamás
en mi vida me había reunido entre los bancos a estrechar manos tras una “caimanera”.
Jugamos 6 para 6. Yo físicamente representaba un contraste evidente para los
demás. ¿Qué importa? La pelota seguía siendo redonda. Las reglas básicas las
mismas. La intención, evidente, que la esférica cruce la línea de meta
contraria. Las faltas se pitaban por igual, las manos prohibidas. ¿Qué hablamos
aquella noche? El idioma universal: El fútbol.
Lisbm. Lizandro Samuel.
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