Tuqu-tuqu, es el corazón que se tensa como si se acercase la final de un mundial, mientras
los pinceles dibujan la caída de unos sueños y el alza de otros tantos o la
ilusión de algo que puedes o no querer, al momento de que un grifo de agua
negra, con mucho silencio, sirva de corriente helada para desechar a los cracks
del mañana, para prodigar talento y dejar un olor típico a mal formación…
Son
muchas las carencias que ofrece el fútbol infantil-juvenil en Venezuela,
aludiendo a modo sublime en la Capital a la gran falta de infraestructura, esa
que sólo respeta, en muy contados momentos, a esas escuelas de popular
tradición, que suelen dejan cierto olor, casi sin quererlo, a clasismo
futbolero.
Y
se sienten pasos firmes en voz acelerada, el apoyo de una cachetada, al ver una
correa soltarse, no es que el chico se porte mal, es que un gol acaba de
fallar. Terrible, el peor enemigo del infante es su propio representante, el
mismo que se forma como hincha dejando huérfano a su hijo.
¿Y
qué es un hincha sin el deseo de ponerse en el en el papel de técnico?
lastimosamente, sin antes, la mayoría de las veces, estudiar un poco de cómo se
maneja esto o peor aún, queriendo dar soluciones a un contexto propio,
enmarcado por sus ojos pegados a su nariz, en el que únicamente perciben una
pieza aislada del colectivo: a su hijo…
Luego,
la figura del entrenador, cobra la fuerza de la “exigencia” haciendo correr a
sus pupilos bajo el sol impío de la ignorancia, como si la prensa nunca hablara
de un tal Mou, ese portugués que una vez exclamó: “¿Alguna vez han visto a un
pianista dar vueltas alrededor del piano antes de tocarlo? ¿No? Pues nosotros
tampoco damos vueltas al campo antes de entrenar”.
Se
maltrata, se mal forma, se le escupe la cara al niño sin que nadie, ni el
entrenador, ni el jugador, ni el padre/madre/tío/etc., lo sepa. Carreras con
circuitos físicos para niños de 11 años, relego del balón, trabajo de características
aisladas sin recordar que el fútbol es un todo. Mucho sistema táctico pocas
soluciones con la pelota, y al final del día, en el pizarrón, tras una charla
en la que nunca se explica que carajo es eso de: “echarle bolas” los
representantes exigen resultados…
Un
medio muy duro, incompasivo, viciado, que desde chico promulga leyes
Darwinianas, sin entender que todo niño tiene algún talento o inteligencia que
explotar; cruzan en su mente variaciones inflexibles de lo que debe ser un
jugador. Mofan a la inteligencia sintiendo que para jugar se debe insultar,
jalar la franela, gritar como animal en celo, y luego, nunca llorar. Se
programa de un modo excepcional para jugar terriblemente mal.
Pero
tiempo al tiempo, ya las leyes del fútbol profesional a uno de cada mil chicos,
le llegará, y como esté de infante ya ha sufrido bastante, poco le dolerá conocer
un medio muy viciado por las incoherentes leyes y estándares sociales; así,
otro chamo coge una guitarra, nunca querrá saber de una pelota, y suspira
aliviado, porque su subconsciente sabe de lo que se ha salvado…
Para leer: Lo juro.
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