Ningún
ser humano se define únicamente por sus dientes, brazos o piernas; por el
contrario, es la conjunción de cada elemento físico, emocional, psicológico y
espiritual, la que hace de cada quien lo que es. Igualmente sucede con el
fútbol. Aún hoy, es lamentable observar cómo se pretender analizar el juego
desde la separación de sus partes, cuantificarlo o, peor aún, descontextualizar
a jugadores del colectivo.
Para
entender el fútbol, cosa por demás desafiante, se debe entender la dinámica
incontrolable del mismo. Buscar certezas en el análisis es como pretender
encontrar respuesta a los grandes misterios de la vida. En ese sentido,
conviene, primeramente, dejar el reduccionismo de lado, para abrir paso a una
perspectiva holística, en la cual cada elemento del juego –físico, técnico,
táctico o psicológico– se estudie desde la comprensión de un todo disímil a las
partas que lo componen.
Lo
mismo sucede con los jugadores: el aporte de cada uno debe ser evaluado desde
un contexto real, lo cual implica su interacción con el resto de sus compañeros
así como su interpretación y aporte al modelo de juego. Pero todo va un poco
más allá, pues no es sólo cuestión de estudiar al “todo” como la unión de los
elementos propios de un equipo, sino también se debe tener en cuenta al rival,
el cual invariablemente va a condicionar cada movimiento de su contrincante.
Por
todo esto, puede resultar incorrecto el entrenamiento de situaciones aisladas
al contexto de juego, o, igualmente, entrenar en contextos ajenos a la cancha.
En las pretemporadas de los equipos venezolanos, aún se sigue incluyendo la
playa o la montaña como lugares de preparación. En nuestro fútbol base, aún se
sigue viendo con buenos ojos dedicar sesiones exclusivas al trabajo físico
indistintamente de la edad del futbolista. El modelo de un equipo debería ser
entrenado, estudiado y analizado desde una perspectiva completa y no
reduciéndolo a la composición de su partes.
Para leer: El huracán Karina
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