Cápsulas de fe

Cuentan algunos testigos, que mientras los jugadores residenciados en el extranjero arribaban al país el pasado fin de semana, iban repartiendo pequeñas cápsulas color vinotinto a todo aquel quien se le cruzara en frente; igualmente, los vieron llevar bolsas enteras de las mismas, de las cuales ellos tienen la obligación de tomarse al menos cinco por día.

Manuel Llorens, psicólogo de la selección nacional, lo explica en su libro Terapia para el Emperador: al latinoamericano promedio le cuesta tener esperanza; en vez de eso, vive en un empedernido estado de resignación hacia la vida, repitiendo mantras del tipo: “¿Qué más?, eso lo que me toca”, mientras deja caer pesados suspiros, los cuales, como bien dijo el escritor Juan Rulfo, son “Sorbo(s) de vida de los que uno de deshace”.

Pero el venezolano va más allá, pues su resignación se convierte en un victimismo que le sirve de llave para abrir la envidia hacia lo extranjero y para el desprestigio de lo propio. Trémulos, los venezolanos se han acostumbrado a creer en lo imposible con cada paso dado por la selección de mayores, desde la era de Richard hasta el presente, pero siempre manteniéndose aferrados a esa perenne incredulidad hacia el éxito; una suerte de escudo ganar-ganar: si se consigue el resultado, serán felices; si se pierde, ya se lo esperaban.

¿Cómo cumplir metas llevando en la cabeza creencias tan limitantes? Los jugadores de la selección nacional desafían las leyes de su país, creyendo con fe ciega y justificada en lograr sus objetivos; lamentablemente, al hincha local el efecto de las cápsulas les dura muy poco tiempo, encontrando en el desarrollo de los partidos antídotos casi permanentes. Consultar a la pierna izquierda de Edison Cavani.

No es un tema de creer desbocadamente ignorando las adversidades, es que el pesimismo el cual abruma a la selección resulta impresionante cuando se llega a esta etapa aún con posibilidades de clasificar y cuando desde el cuerpo técnico se ha mostrado una clara intención de hacer cambios pertinentes en la manera de encarar los partidos; a fin de, en honor a Albert Einstein, no hacer siempre lo mismo, para así conseguir resultados alentadores.

Es paradójico, pues a lo largo de la Eliminatoria se le ha exigido a la selección vencer a rivales muy sólidos, mientras se celebraron tanto empates como victorias en las cuales el rendimiento fue mucho más bajo del mostrado frente a Bolivia y Uruguay. Algunos sectores de la prensa y el hincha común se llenaban el ego con resultados obtenidos por el auguro de la buena fortuna, ¿por qué no creer ahora cuando se pretende encontrar soluciones más claras a problemas ya conocidos?

Venezuela ha ido mostrando otras cosas en su juego, acentuándolas en el último amistoso: cuidado al balón, rehuir al pelotazo, pulir la salida, aprovechar más y mejor los espacios. De la misma forma, las transiciones y el ataque organizado, habrán sido seguramente tema de muchas discusiones en el seno del cuerpo técnico.

Que Chile es un rival muy fuerte es una realidad, tal como lo son todos los equipos de la CONMEBOL, incluyendo a Venezuela; luego, se podrá perder, ganar o empatar; quizá se clasifique a Brasil 2014, quizá no; pero más allá de fútbol, matemáticas, probabilidades, sueños y utopías, la situación actual se me antoja muy aleccionadora para nuestra sociedad: en los buenos momentos hay que dudar, cambiar, estar un proceso de permanente mejora aun cuando todo parezca estar bien; en los momentos más bajos, hay que hacer lo mismo, pero, además, se debe tener esperanza y convicción, son esos momentos en los cuales se pone a prueba realmente el nivel de compromiso y fe que se tiene para con el propio trabajo y con los caminos escogidos. Es allí donde los futbolistas, y los seres humanos, empiezan a dividirse en renglones: primera división, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta… ¿En cuál estamos nosotros?

Lisbm. Lizandro Samuel.

Para leer: Salir corriendo