La misma vaina de siempre

En la lánguida figura de cada jugador vinotinto retumba el eco de la crítica. No hay nada nuevo, es un proceso de sobra conocido. Los jugadores siguen saliendo del estadio rumbo a quemar sus penas con el agua caliente de la ducha: todos, incluyendo la voz soberbia de su líder y entrenador, parecen heridos. Pero si todo es igual. A pocos pasos de su vestuario el júbilo chileno los obliga a rezarles a los dioses del fútbol para que, apiadados de ellos, coronen un triunfo peruano sobre los uruguayos. Imposible. Ya al enterarse de la derrota de su esperanza, cierran los ojos y se prohíben leer la prensa en los próximos cuatro días.

Perú se ve a la vuelta de la esquina. La “identidad” tan defendida por Richard Páez en su momento, se ve herida. ¿A qué jugó la selección?, ¿por qué las soluciones a los ya conocidos problemas no pasaron de ejercer una inmediata presión –desprolija en el primer tiempo, mejor en el segundo– tras la pérdida, o juntar ineficazmente jugadores en un lado de la cancha, matando las posibilidades de amplitud, como para solventar por arte de magia las carencias en el ataque organizado? ¿Por qué? Pero nadie se preocupa, a nadie le importa demasiado, ni al hincha, al dirigente o al jugador; total, ese perenne dolor en la utopía es familiar, aunque cada vez resulta ser más punzante, agudo.

“Dejarse el alma en la cancha” es un lugar común del fútbol, esa será la consigna frente a Perú, pero esta vez el entorno no habla de incoherencias bélicas como: “Partido de vida o muerte”, pues en el ego de la mayoría ya el vinotinto es un color marchito.

Las matemáticas son la única compañía al momento de abandonar el bar de la desilusión, tienen fe, creen en las posibilidades de un doble triunfo frente a Perú y Paraguay, y de que se dé la combinación de resultados pertinentes para colocar la bandera de las ocho estrellas, al menos, en un repechaje. Las matemáticas, la reflexión y la búsqueda de soluciones, se encargan de darle cápsulas de fe a los jugadores y al cuerpo técnico; ojalá puedan surtir efecto para regocijarnos con lo improbable o alargar la agonía.

Pero, ¿para qué sirve todo esto, si todo resulta ser la misma vaina de siempre? Así como la selección se fue ahogando en la evolución continua de sus debilidades a lo largo de toda la Eliminatoria; el hincha común, como de costumbre, se convierte en una prostituta barata que sólo entiende de victorias y derrotas para aupar o maldecir; la prensa, o algún sector de la misma, ávida del sufrimiento ajeno, dedica paginas a explicar el porqué de los males de la selección y los resume en su entrenador. La memoria es corta: ¿no es este el mismo tipo quien hace un año recibía numerosos elogios tras un empate con más oscuros que claros frente una perdida selección uruguaya? Bien lo dijo Ricardo David Páez, quien de critica incoherente sabe mucho: “Nunca estaré de acuerdo con la critica desmedida en la derrota. Cuando se gana jugando así Disney parece todo…”

Es todo la misma vaina de siempre: una ilusión desmedida, consignas de cartón (“El fútbol venezolano ha crecido”), desilusión mutada en hosquedad, y muy pocos volteando a ver al patio de nuestra casa: equipos en quiebra, jugadores sin cobrar, canchas maltrechas, divisiones menores aún precarias, dificultades para la formación de los entrenadores, estadios vacíos, dirigentes corruptos, violencia en los estadios y mucho, mucho más. ¿Acaso el cupo al Mundial es el mesías tan esperado para impulsar al fútbol venezolano? Falso. La realidad es que con o sin cupo al Mundial, e indistintamente del trabajo de la selección, nuestro fútbol es un mar de carencias, cada día más profundo, cada día más frio y contaminado; pero, ¿qué es lo peor qué puede pasar?, ¿qué no se clasifique a Brasil, se despida a Cesar Farías, se siga trabajando igual, venga algún técnico quien consiga levantar la momentánea ilusión mientras nuestro fútbol se parece cada día más a una mala parodia del fútbol profesional, se consigan puntos importantes en la siguiente Eliminatoria, surja algún crack quien destaque en el fútbol europeo, mientras algún afortunado grupo de jugadores –de selección o club– logra alzar el nombre de Venezuela en el plano internacional, para que a la postre empiecen a llover las criticas de esos quienes se toman más tiempo en maldecir que en leer algo de fútbol, y al final se vaya o no al mundial mientras el nombre de un entrenador es defendido por alguno y odiado por otros?, si eso pasa, seguro el Sr. Esquivel ve todo el proceso desde su despacho en la FVF. Todo da igual, ¿verdad?, al fin y al cabo, lo que pase va más allá del juego frente a Perú, todo es la misma vaina de siempre…

Lisbm. Lizandro Samuel.

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