Un
millón de veces se repite que “un jugador como Messi nace cada cien años” o
bien “una generación como la de España es muy difícil de repetir”; y,
ciertamente, el azar juega su parte en la genética, pero el norte, en el fútbol
base, no debe ser Iniesta, Messi o Arango, debe ser formar jugadores con la
mayor cantidad de recursos posibles para ser profesionales.
En
Venezuela, pese a los avances de los últimos años, se sigue descuidando la
formación; asusta ver como se obliga a niños de entre 8 y 12 años a trotar
alrededor del campo por espacio promedio de veinte minutos; así mismo, es
común, en algunas escuelas, las sesiones netamente físicas en jugadores menores
de 14 años.
El
futbolista crece y se desarrolla mediante su interacción con el balón, por lo
cual, incluso a nivel profesional, el mismo debe ser el protagonista de cada
entrenamiento. No hay fútbol sin pelota. No debe haber entreno sin balón y mucho
menos en fútbol infantil.
Aunado
a todo esto, el hacinamiento es un problema recurrente: treinta jugadores para
un entrenador, dos horas de trabajo. Si bien es cierto que en esos casos es
preferible dedicar una hora a quince jugadores, los dueños de escuela suelen
tener otra opinión, lo cual desemboca en que en el entrenamiento, realmente, no
se entrene.
Pero
el tema del espacio va más allá: si al momento de entrenar acostumbra ser muy
reducido, cuando de jugar se trata suele ser muy amplio. El fútbol venezolano
en general, federado o no federado, debería empezar a promover la práctica del
fútbol 7 en niños construyendo canchas aptas para dichas actividades.
Es
imposible pedir que de cada escuela salga un José Manuel Rey, Juan Arango o
Edgar Jiménez, pero eso no debe ser excusa para el trabajo arcaico y lleno de
desidia.
Para leer: Los hombres tienen derecho
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